Cuando Juan Carlos Pastor saltaba como un resorte del banquillo pucelano coincidiendo con el pitido final, el Pisuerga fue un clamor. Un ruido ensordecedor, un estruendo, una sensación de alivio, y sobre todo, una gran fiesta, la fiesta de los campeones, la fiesta que la historia le debía al club castellano tras un periplo de final, subcampeonatos y olvido.
Porque nadie recordará esos partidos en los que el Valladolid mereció más pero la diosa Fortuna se lo negó. Nadie recordará ese papel de segundón, infravalorado en un club modesto, rindiendo muy por encima de sus posibilidades reales. Nadie hará memoria para acordarse de ese conjunto, unido y sintiendo dentro y fuera de la cancha el significado de equipo, que llegó a las finales y las perdió.
Por eso, cuando el Pisuerga fue inundado por la pasión, fue una muestra manifiesta de esa rabia contenida, de ese coraje, de esa injusticia que la historia ha privado durante años el cuadro castellano. Felicidades, porque hoy más que nunca, España se volvió pucelana y todas las sensaciones que nos habéis hecho vivir y compartir, llenan de orgullo el corazón de todos los amantes al balonmano.
Valladolid se lo merecía, y ojalá sea el preámbulo de la final de mañana en Ciudad Real.
Hoy, Valladolid vivirá su gran fiesta, una fiesta, que desde el control, debe servir como homenaje a quienes han escrito una brillante página en la historia. ¡Va por ellos!
Javier Fernández
Fotos: www.nortecastilla.es