Hemos querido recoger en la página web de la R.F.E.BM., un magnífico reportaje de nuestro compañero ARTURO POSADA, del NORTE DE CASTILLA de Valladolid, donde a través de los técnicos 'pucelanos' Abel Resino, Porfi Fisac y Juan Carlos Pastor, éstos emprenden un viaje al pasado para analizar su etapa como jugadores. Un deleite que, en este caso, nos ayuda a conocer algo más sobre la figura de Juan Carlos Pastor, entrenador del Cuatro Rayas Valladolid y exseleccionador nacional, que cuenta en su haber con la medalla de oro del Campeonato del Mundo de Túnez 2005, una medalla de plata en el Europeo de Suiza 2006, y un bronce olímpico en Pekín 2008.
'No, ninguno de los tres es Ebenezer Scrooge, el viejo avaro que inmortalizó Charles Dickens en su famoso 'Cuento de Navidad'. Sin embargo, sí vamos a convocar aquí al fantasma de las Navidades pasadas para emprender un viaje mágico. Giremos las manecillas del reloj en sentido contrario; invirtamos la rotación del planeta. Nos disponemos a acompañar a tres entrenadores del presente a su etapa infantil y juvenil como jugadores. Abel Resino, técnico del Real Valladolid. Porfirio Fisac, entrenador del Blancos de Rueda. Juan Carlos Pastor, preparador incombustible del Cuatro Rayas Balonmano Valladolid. Los tres ya están dispuestos para retroceder a los sueños de la infancia.
-Bah, paparruchas.
Hombre, otro 'míster'. Únase a nosotros, Mr. Scrooge.
De repente nos encontramos con Abel Resino, en Velada, Toledo, junto a la Sierra de Gredos. El entrenador del Real Valladolid se contempla a sí mismo como un niño jugando «en la calle, desde que amanece hasta que anochece». El colegio no constituye más que un paréntesis entre patadas a un balón. Abel vuelve a ver «la puerta de madera de una finquita» convertida en portería, donde el pequeño Resino detiene lanzamientos y se lleva algún que otro balonazo, de esos que pican. Abel camina un poco y observa los verdes prados de Velada, a sus amigos despojándose de los jerséis para establecer los postes de las porterías, otras veces demarcadas por «dos piedras».
«Yo también era bueno de delantero», raspa la voz ronca de Abel. «Pero al final llega un momento en el que todo el mundo me decía que paraba bien y me acabé quedando ahí. Pero perfectamente podía haber jugado como delantero. Lo hacía de chaval».
El Abel entrenador pasea por el Velada de su infancia y ve la calle donde viven sus padres. Sabe que en el futuro, cuando bata el récord del mundo de imbatibilidad como guardameta del Atlético de Madrid, esa calle cambiará de nombre. Pero ahora estamos en el pasado y todavía se llama calle de Talavera, porque por ahí se llega a esa localidad cercana. «Ahora esa calle lleva mi nombre», musita Abel, con un punto de orgullo.
Abel se analiza a sí mismo. «Era un portero con muchísimo carácter. Hablaba todo el rato y participaba con mis compañeros. Para mí ese aspecto es importante. Lo busco ahora en mi equipo. Quiero que en el Real Valladolid haya cuatro o cinco jugadores que transmitan intensidad dentro del campo. Eso engancha al resto. Debe haber una columna vertebral. Lo decía Luis Aragonés: una columna que vertebre y, a partir de ahí, ir ensamblando el resto del equipo. Ese tipo de armazones te va a dar lo que eres como conjunto».
Dejemos que el Abel del presente contemple unos minutos más al portero del pasado. «Me veo rápido, ágil, potente. Y nada más. No hablemos más de mí».
Después del viaje, devolvemos al entrenador del Real Valladolid a las Navidades del 2010. Le dejamos descansar antes de su próxima vuelta al trabajo. Le espera el reto de devolver la ilusión a toda una ciudad.
Llamamos ahora al timbre de Porfirio Fisac para llevarle al colegio San Agustín de su infancia en Valladolid. Porfi es un chaval de nueve años al que le gusta jugar al fútbol con sus amigos. En este día que hemos elegido para viajar al pasado, llueve copiosamente y el niño Fisac se ha refugiado en el gimnasio. «Nos dio por jugar al baloncesto con un balón de fútbol. El entrenador me vio y desde entonces cambié de deporte», evoca Fisac.
El joven Porfi juega como base. «No quedaba más remedio», sonríe, consciente de su altura. «Me gustaba que mis compañeros disfrutaran conmigo. Tuve etapas en las que miraba más hacia el aro, como los cuatro años que estuve en Palencia, pero siempre he valorado mucho el deporte en equipo y llevé hasta el final una frase mítica de Magic Johnson: dar una asistencia es algo que hace feliz a dos».
-¡Paparruchas!
No se altere, Mr. Scrooge, y deje que Fisac siga viéndose a sí mismo a través de la lente del tiempo.
Porfi aparece como un baloncestista al que no le gusta mucho apretar en defensa. «Fíjate que ahora intento que todo el mundo defienda, pero no era yo el que más ejemplo daba. No era mi mejor aspecto», se sincera. Al Porfi Fisac entrenador le dan ganas de «echar muchas broncas» retrospectivas al Porfi Fisac jugador, cuya carrera despuntó en Maristas.
Salimos de Maristas, donde se formó «como persona» y vamos al colegio de Las Francesas, también en Valladolid. Porfi tiene 17 años y entrena al equipo júnior femenino. «Ahí tengo que reconocer que me atraían las dos cosas: las chicas y este deporte. Pero ya tenía la intuición de que sería entrenador. Es algo que amo y que llevo muy dentro».
En una ráfaga entrecortada, como en un kinetoscopio, aparece Porfi vestido de corto junto a sus entrenadores. Paco García, Gustavo Aranzana, José Alberto Pesquera. «He sido muy feliz y he aprendido mucho de todos ellos. Tenía mucha confianza con gente como Gustavo o Paco para estar cerca y saber lo que querían en cada momento. Aprendí el respeto que hay que tener. Somos profesionales, trabajamos como profesionales, pero no nos olvidemos nunca de las personas».
Seguimos en el pasado viendo de cerca al joven Fisac, un base que idolatra a figuras como Juan Antonio Corbalán, Carmelo Cabrera, Arturo Seara o Pepe Alonso. «Sí, todos ellos. Y si me hablas de fuera, Magic Johnson, pero esencialmente Isaiah Thomas, mi gran referencia para el puesto de base. Y otro mito: Larry Bird».
Podríamos seguir viajando con Porfi Fisac por el pasado, acudir a Villanueva de la Serena, en Extremadura, para ver el final de su etapa de jugador y la primera dedicación profesional como técnico, pero debemos retornar diciembre del año 2010. Fisac tiene que preparar los próximos compromisos del Blancos de Rueda.
-Mmmm... me cae bien este Fisac.
Sí, Mr. Scrooge, es un entrenador con carácter. Y, sabe una cosa, sigue teniendo un base dentro. Mientras volvíamos al presente, me comentó que «aprecia un poco más» a los jugadores que ejercen de 'uno' en sus conjuntos. Me dijo textualmente: «No es que les dé más valor que al resto, pero intento que sean la parte más cómoda».
-¿Quién nos queda?
Vamos a llamar ahora a Juan Carlos Pastor, toda una referencia en el deporte vallisoletano, como entrenador del equipo de balonmano de la ciudad.
Aterrizamos en el patio de un colegio. «Es el San Viator», nos chiva Pastor. «Yo jugaba al fútbol de portero en los recreos. Ahora los patios están vacíos, ya no se juega a nada», protesta. Estamos en el quinto curso. Hay dos clases: A y B. El jovencísimo Juan Carlos Pastor está en 5º B. De ahí sale un grupo de chicos que comienza a practicar el balonmano bajo la batuta del fraile Julio de Paz. «También había alguno de A», observa Pastor.
«Seguimos jugando en quinto, sexto... hasta arriba. En segundo año infantil o primer año cadete, empecé a ayudarle a él y a Alberto Muñiz, otro fraile. Comenzamos a tener un curso por edad. Al final necesitábamos ayuda. A mí gustaba echar una mano, aunque seguíamos siendo jugadores, filiales del Michelin. Pero con 21 años ya vi que no había luz y empecé a coger a algún equipo yo solo».
Pastor y Mr. Scrooge, que ya se ha aficionado a viajar al pasado, observan con gran atención al Pastor portero de balonmano, con su buena mata de pelo. El entrenador adulto se ríe cuando analiza sus propias características como guardameta: «No era muy grande y paraba bien desde atrás y de cerca. Dejaba espacios para que la gente picara». Pastor no quiere interferir con su propio pasado, pero le diría al Pastor portero lo mismo que preconiza ahora en los entrenamientos: «Trabajo diario, mejora y corrección de los errores. Solo se mejora con el trabajo diario».
Brincamos un poco más en el tiempo y vemos al niño Juan Carlos Pastor practicando el baloncesto y el frontón en plena calle. Su hermano es cuatro años mayor que él, pero no le importa. Le gusta retarse con él y sus amigos. «Siempre juego para ganar».
No tenemos tiempo ya para ver al equipo infantil del portero Pastor coronarse subcampeón de España tras perder contra el Atlético de Madrid en el Magariños. «Éramos un conjunto muy trabajador», rememora Pastor de camino al presente.
Hemos finalizado nuestro viaje navideño al pasado con los tres entrenadores 'pucelanos'. ¿Se ha entretenido usted, 'míster' Scrooge?
-¡Atice las estufas y compre otro cubo de carbón antes de seguir escribiendo el punto de una i!
Vaya, continúa en plan cascarrabias. Dejaré que Dickens se encargue de usted.'